LA EMOCIÓN CONDENSADA. Charo Pradas

LA EMOCIÓN CONDENSADA. Charo Pradas

Texto para el catálogo de Charo Pradas en la Fundación Santa María de Albarracín, Teruel. 2007.

No puedo evitar comenzar este texto refiriéndome al “Manifiesto de la Plástica Pura, Arte Abstracto, Objetivo o Concreto” de los años 30 y que Xavier Rubert de Ventós resume magníficamente:

“Los tres enemigos de la pura alma abstracta son: la figuración o alienación objetiva -el Mundo-, la evocación o alienación subjetiva -el Demonio- y la encarnación o alienación decorativa en su entorno -la Carne.” (en “El Arte Ensimismado”, 1997)

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Nos aproximamos a las densidades de la pintura de Charo Pradas a medida que esperamos que los cuadros nos hablen. La expresión, la emoción… ahora entiendo por qué se refería Xavier Grau a la emoción mientras contemplábamos juntos estas pinturas. Los movimientos de la mano llevada por la emoción de aquello que se sintió hacen reaparecer la experiencia condensada.

Ella me dice: “El cuadro pide, el cuadro habla”. Y yo veo que lo biológico y lo orgánico se expanden en múltiples direcciones. El cuerpo en contacto con el soporte expresa lo no dicho. El color en sutiles veladuras hace nacer multitud de espacios solapados. La línea y el movimiento construyen las formas y su cuerpo está presente a través de estas pinturas: lo vivido y no expresado pero sentido una y otra vez.

Todo aquello que no se ha dicho, pero se ha sentido y experimentado aparece como por arte de magia en la superficie de cada uno de sus cuadros. Aunque a primera vista parecidos entre sí, cada cual representa un momento, su momento; y así, la materia habla por sí misma.

Veo órganos corporales, que me recuerdan a Philip Guston, paisajes imaginados de colores sorprendentes, explosiones de color congeladas en el lienzo, direcciones que no terminaron de borrarse. La huella nos hace presente el pasado y nos habla de un futuro posible, algunas veces indeterminado, otras más claro.

No se puede entender la noción de paisaje sin tomar en consideración la figura del espectador, ya que el paisaje sólo es paisaje en el acto de la contemplación. La idea de paisaje ligada a la experiencia directa con la naturaleza y como forma de relación con el entorno es una práctica moderna: es la contemplación del escenario natural donde se desarrolla nuestra existencia.

Lo que en principio se considera un género tradicional, cuyo inicio podríamos ubicar en los albores del Arte Moderno, extendiéndose hasta nuestros días, supone aquí un marco de pensamiento específico para llegar al habitar: una actitud ante la realidad para entender la materia específica que rodea nuestro cuerpo. Esta reflexión conlleva repensar el propio fenómeno de la percepción y la representación misma.

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La materia se va licuando, la definición de la forma viene y va por momentos. La profundidad de la superficie, como en un mar, se aprecia cuando la luz se refleja en su superficie.

De pronto reconocemos cuerpos en las ondas, vemos superficies cambiantes entre el delante y el detrás de cada forma. La materia se expresa porque no se la somete, sino todo lo contrario, se la deja fluir y así, se encuentra en ella. Pienso en los estados de la materia, en los procesos mediante los cuales las moléculas pasan de unos estados a otros y en los avances tecno-científicos de las dos últimas décadas del s.XIX:

“Los rayos X supusieron una decisiva vuelta de tuerca en la consecución del ideal panóptico absoluto, iniciándose con ellos la era del espionaje sistemático de los cuerpos que caracteriza la ideología médica del mundo contemporáneo. Se pretende, insistimos, ver el interior sin alterar la apariencia externa ni el funcionamiento de ninguno de los órganos.” (Juan Antonio Ramírez, 2003)


Cada pintura es un cuerpo-universo. Todo lo que sucede en la experiencia está ahí plasmado. A veces la mano de la artista redescubre la forma en la materia vertida, otras traza los recorridos exactos de cada línea. Es como disecar lo percibido a diario, lo cotidiano y lo instintivo.

Después se señaliza lo importante, se remarca el lugar donde confluyen los ingredientes que conforman el suceso. Y al igual que el universo contiene el funcionamiento perfecto de la materia, aquí, una jerarquía perfecta se manifiesta: lo más fuerte es más presente y lo más débil parece haber sucedido hace tiempo, aunque su huella nos diga que está ahí todavía, que su recuerdo perdura en nuestra memoria.

La acción de rodear la forma, como tendencia primitiva según Gombrich, consiste ahora en circunvalar aquello que consideramos relevante y así, la composición se ordena a sí misma para conformar el espejo biológico en que mirarnos.

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Algunos cuadros son austeros: solamente dos gamas de color siempre en armonía. Otros de pronto rompen la materia expandida sobre la superficie en definidas líneas de color puro. Cada cual es una transposición única del mundo.

Infinitas intensidades bailan sobre la tela detenida, pero la instantánea sabe que surgió del fluir. La acción de la artista está aquí de cuerpo presente. Ella es pausada, silenciosa, observa el mundo desde su atalaya corporal y después lo plasma en la superficie de unos cuadros cuyo tamaño es proporcional al movimiento que describe su cuerpo.

Ya la forma circular escapa al ensimismamiento hipnótico de otro tiempo para trazar recorridos sobre la superficie. Los vertidos de las aguadas junto con las salpicaduras son materia viva que escapa. Nuestro interior biológico podría ser así si fuéramos capaces de plasmar cómo se suceden en nuestro interior los pensamientos y sensaciones desencadenados por la emoción.

En lo biológico está lo astronómico, y porqué no, el funcionamiento acompasado de los astros. Hay formas que surgen hacia nosotros al mirarlas y su presencia se hace importante al enfrentarse contra nuestro cuerpo.

Vemos una pasmosa diversidad en esta búsqueda plástica a pesar de la parquedad de medios. Y esta austeridad de medios pone de manifiesto la sinceridad de la búsqueda creativa de Charo Pradas.

En el propio acto de mirar, representamos, proyectamos y simbolizamos, siempre. Hay un dejar libre el subconsciente para que surja lo inefable. En este proceso creativo, lo vertido se invierte para cambiar de dirección y en ese buscar, van surgiendo las relaciones entre formas acuosas que chocan entre sí.

A veces sólo lo aparentemente informe perdura porque posee su propia estructura inescrutable. Veo algunas manchas interrelacionadas que conforman un conjunto natural al tiempo que veo Albarracín y la armonía de un conjunto monumental ubicado en un entorno natural realmente hermoso.

Al igual que esta ordenación urbanística se acompasa con el meandro del río, las formas de Charo Pradas se acompañan entre sí, y en la forma encuentra la disposición que debería ser para cada momento.

Una jerarquía de tamaños y colores establece la composición. Lo próximo, lo lejano, lo primero o lo último, todo aparece bajo diversas intensidades. Vertido y trazado, claro u oscuro, todo se reúne aquí.

Algunas superficies se asemejan a pieles de animales. Unos tonos sobre otros realzan la belleza de estas formas. Algunas formas son como túneles, como espacios condensados en espiral hacia el interior. Otras se expanden hacia los márgenes del lienzo y así se corresponden unas a otras. Nada es estridente sino armónico.

Predominan los tonos rosáceos y los oscuros terrosos como un habitar emocional sobre el paisaje terrestre al atardecer. Nada se contiene, sino que se deja ir, se deja expresar libremente. La luz y la oscuridad se alternan mientras que la densidad de la pintura describe las capas en un vaivén de líneas profundas cuanto más leves.

Y por fin siento que el entorno natural que vemos en el exterior, desde el taller, entra en el cuadro como si estuviese proyectado desde esa experiencia vivida de la artista.